Todos somos migrantes y estamos en camino, en algún camino, incorporados al ritmo de los zapatos o soñando desde un cuerpo o una voluntad que nos aprisiona. Andar es mucho más que mover las piernas, más que un ejercicio, más que un escape, más que un lenguaje. Peregrinar posee un enorme peso espiritual al dirigirnos en busca de una fuerza superior -la que inspira a cada uno, distinta y similar a otras como respuesta individual al sentido que deseamos para nuestra vida. También es un acto de la determinación, decidida a trasladarse para calmar inquietudes o agrandarlas, para huir de ellas, para soñar o para intentar salidas, para pedir, para comprometer, para apaciguar e inspirar, para agradecer, todo en dirección a nosotros mismos, aunque en mi caso esa ruta me lleve a Compostela. Peregrinar es migrar, dando sentido a nuestros pasos.
Para saberme vivo y dejar el ancla escondida entre las sombras, me lancé al Camino de Santiago, esta es una bitácora de mis andares durante 35 días inolvidables. Un reto a mis posposiciones y mis dudas, un trayecto recorrido a mi ritmo, un triunfo o una derrota propia, cuestionándome para descubrir mi relación con el Dios en el que yo creo. Se trata, por tanto, de un recuento personal. Este texto comparte esas experiencias sin aspirar a convencer a nadie ni hacer proselitismo de ningún tipo, es un repaso por mi experiencia a lo largo de 779 kilómetros, abrazado a un antiguo sueño, un sueño que me era imposible postergar eternamente.
Espero que estas letras les sean útiles o, al menos, entretenidas.
*Los abonos quincenales, el plazo del crédito y el pago inicial, pueden variar según el margen de crédito y el historial de pago de cada cliente.